23 jun 2017

Un Awe Walk por tierras andinas

Hace unos días tuve el enorme privilegio de visitar la ciudad del Cusco y su región, plenos de sitios arqueológicos de los que se queda uno sin adjetivos calificativos, incluida por supuesto una visita a la ciudad sagrada de los Incas, conocida actualmente como Machu Pichu. Después de algunos días de reflexión y duda sobre si procedía compartir esta experiencia en este blog, creo que sí tiene sentido comentar y fomentar estas experiencias como forma muy recomendable para alimentar la mente con vivencias relajantes.

Lo que se siente por aquellas tierras andinas tiene mucho que ver con lo que ya dije hace tiempo sobre el concepto de Awe (Ver) con el que se pretende describir un estado emocional mezcla de sentimientos de asombro, admiración, impresión o intimidación y, asociado a ello, la práctica conocida como The Awe Walk, lo que se puede traducir como un paseo admirativo. De ambos conceptos tengo pendiente hacer algún comentario más general.

Esto no es nada nuevo, pero quizás suena más sofisticado. Disfrutar de un paseo por la naturaleza se ha considerado desde hace mucho tiempo como una forma de crecimiento interior y de búsqueda de libertad frente a cualquier tipo de rutina. Precisamente este año que se está conmemorando el centenario del nacimiento de Henry David Thoreau, se puede traer aquí el recuerdo de muchos de sus libros relacionados con la naturaleza y especialmente dos textos en los que describe sus paseos por la naturaleza. Me refiero a Un paseo invernal y Caminar, ambos publicados por la editorial errata naturae en un precioso libro que recomiendo leer y disfrutar.

Volviendo al entorno andino, en este caso no se puede hablar de una naturaleza salvaje, como le gustaba a Thoreau, pero sí de entornos que aun intervenidos por el hombre, como es en este caso de la civilización de los Incas, conservan una magnífica capacidad de asombro. Quizás sea por su concepción no agresiva con el entorno, basada en el respeto absoluto que esta civilización tenía por la Tierra (la Pacha Mama) y por la mágica atmosfera que el paso de los años ha conseguido crear en estos entornos que lucen como elementos integrados en la propia naturaleza.

Lo que está muy claro es que una visita por estas bellezas paisajísticas tiene unos efectos terapéuticos muy sentidos y reconocibles, que solo se pueden comprender cuando se han experimentado personalmente. Es por eso que, más allá de expresar mi admiración por lo allí visto, me limito aquí a recomendar lo que me parece imprescindible de admirar y sentir cuando se va allí, sin pretender que esto sea una guía turística.

Lo primero que asombra es la propia ciudad de Cusco, no sólo se puede disfrutar de visitas como la Catedral o del templo del Sol, Koricancha, sino que en sus afueras está, entre otras maravillas, la obra maestra ciclópea de la arquitectura incaica, Sacsayhuaman, unas ruinas megalíticas impresionantes situadas en lo alto de una colina al norte de la ciudad que se utilizó con fines militares y religiosos. También cerca de la ciudad se puede ver, entre otros restos, el anfiteatro sagrado de Qenqo, un centro de adoración y de sacrificios rituales, y el templo de Tambomachay en honor al agua.

Un poco más alejado de Cusco se puede disfrutar de las salinas de Maras, todavía en explotación, y del grupo arqueológico de Moray, unos hoyos naturales gigantescos utilizados como centro de experimentación agrícola en los que se construían terrazas comunicadas todas con canales de riego. Allí se experimentaba con las más de mil clases de patatas o cientos de variedades de maíz que todavía se cultivan en otros sitios de la región, no aquí evidentemente.

Otra de las maravillas del viaje fue el recorrido por el Valle Sagrado de los Incas, con pueblos con un encanto especial como Chinchero, sitios arqueológicos indescriptibles como Pisac y Ollantaytambo, y, finalmente, la guinda del pastel: Machu Picchu. Poco que añadir a lo mucho que se puede encontrar en Internet, lo personal queda muy dentro de cada uno.

Paseando por Machu Pichu no puedes evitar pensar en lo que aquella civilización tuvo que trabajar para diseñar y levantar esa ciudad a esa altura y tan escondida. Tanto que no fue descubierta por los conquistadores españoles y no se dio a conocer mundialmente hasta principios del pasado siglo XX cuando la llamada ciudad perdida de los Incas fue descubierta en 1911 por Hiram Bingham. Una maravilla que parece creada por la propia naturaleza y unos paisajes que no se pueden describir, hay que verlo.

La única paga de todo esto, y en parte soy yo también culpable, es el peligro de masificación turística, ya evidente, y el consiguiente peligro de deterioro de estas maravillas. Afortunadamente ya se están tomando medidas de limitación de visitas y delimitación de accesos. Todo sea por el bien de su conservación y el disfrute de los que lo visiten. Como dijo Thoreau, hay que considerar al ser humano como un habitante o parte constitutiva de la naturaleza y no tanto como miembro de la sociedad.

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