3 mar 2018

La soledad en compañía, esa gran desconocida

Una de las grandes patologías de la sociedad moderna es la soledad. Está considerada como una de las grandes epidemias modernas como consecuencia de dos procesos que se manifiestan en paralelo, el creciente aumento de la esperanza de vida en las sociedades desarrolladas, que provoca que muchas personas mayores vivan su longevidad en solitario, y el uso intensivo de las tecnologías como medio de comunicación, unas comunicaciones que se podrían catalogar de "líquidas", parafraseando a Zygmunt Bauman.

Recientemente he podido leer dos artículos muy interesantes que me gustaría comentar aquí, están muy relacionados y hablan de las últimas investigaciones sobre la soledad y el aislamiento social.

En primer lugar, hace poco puse en Facebook un enlace a un artículo en el The New York Times sobre los sorprendentes efectos de la soledad en la salud cuando en los estudios se profundiza algo más en la disociación entre soledad y aislamiento. Vamos con ello.

Los potenciales efectos negativos de la soledad y el aislamiento social sobre la salud y la longevidad se conocen desde hace tiempo, mayoritariamente se coincide en que pueden afectar a la salud porque, entre otras cosas, aumentan el riesgo de enfermedades cardíacas, producen respuestas inmunes anormales, potencian enfermedades como la diabetes tipo 2, conllevan trastornos del sueño y provocan un deterioro cognitivo, demencia e incluso el aumento de los intentos de suicidio. Asimismo, el aislamiento influye en la disminución de la capacidad de realizar actividades diarias como son bañarse, arreglarse y prepararse las comidas.

Pero a medida que las investigaciones de estos temas avanzan, los científicos están adquiriendo una comprensión más refinada de los efectos de la soledad y el aislamiento en la salud. Se están estudiando factores como quién es el más afectado y qué tipo de intervenciones pueden reducir los riesgos asociados. En estos avances hay algunos hallazgos sorprendentes, según aparece en el artículo mencionado.

En primer lugar, aunque equivalentes en riesgo, soledad y aislamiento social no necesariamente van de la mano. El aislamiento social conlleva pocas conexiones o interacciones sociales, mientras que la soledad involucra la percepción subjetiva de aislamiento, es decir, estamos hablando de la diferencia entre el nivel de conexión social deseada y la real. En definitiva, las personas pueden estar aisladas socialmente y no sentirse solas, simplemente porque prefieren una existencia más solitaria o incluso hermética.

Por otro lado, las personas pueden sentirse solas incluso cuando están rodeadas de muchas personas, especialmente si las relaciones no son emocionalmente gratificantes. En muchos casos, las personas solitarias están casadas o viven con otras personas y no están clínicamente deprimidas. En este sentido, podría parecer simplista sugerir a las personas que están solas que deberían tratar de interactuar más con otras personas porque esa puede que no sea la mejor respuesta al problema.

Así, cuando los investigadores examinaron sus hallazgos más de cerca, descubrieron que la depresión, incluso la depresión relativamente leve, tenía un efecto mayor que la soledad en el riesgo de deterioro cognitivo.

Igualmente sorprendentes en estos estudios son los hallazgos de que los adultos mayores no son necesariamente los más solitarios. Normalmente la mayoría de los estudios sobre los efectos de la soledad se han centrado en las personas mayores pero ahora hay estudios que demuestran que la prevalencia de la soledad alcanza su punto máximo en adolescentes y adultos jóvenes para después acentuarse en las personas de más edad. Es decir, se necesita abordar el estudio de la soledad para todas las edades, sobre todo en estos tiempos en los que las redes sociales a veces propician el aislamiento, eso a pesar de tener muchas conexiones sociales.

Otro aspecto interesante que se ha descubierto es que podría haber una relación entre la soledad y la enfermedad de Alzheimer, ya que se han encontrado cantidades de sustancias en el cerebro cuya acumulación se considera como un signo patológico de esta enfermedad.

En definitiva, como se afirma en el artículo, si bien no se puede asegurar que la soledad o el aislamiento social tienen siempre un efecto más acusado sobre la salud y la longevidad que otros factores, sí está muy claro que las conexiones sociales son una necesidad humana fundamental por lo que no se pueden descartar los riesgos de estar socialmente aislados, incluso si la gente no se siente sola.

Todo lo cual plantea la pregunta de cómo la soledad y el aislamiento social podrían contrarrestarse para ayudar a prevenir el deterioro cognitivo y otros efectos adversos para la salud. Las sugerencias son múltiples (voluntariado, amistads, estudios, mascotas, etc.) pero eso lo dejamos para el próximo post en el que hablaré del segundo artículo que comentaba al principio.

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